Formulario de búsqueda

Padres y pediatras
al cuidado de la infancia y la adolescencia

Por qué quise ser médico en Etiopía. No puedo cerrar el corazón.

  • pdf
  • friend
  • print
  • Googleplus
  • Twitter
  • Facebook
  • WhatsApp
Fecha de publicación: 13-06-2023

Corra, doctor, corra —oigo, y antes de que llamen a la puerta, me levanto y salgo corriendo.

Entro en el hospital y voy siguiendo los gritos que, en realidad, son llantos. Mi mente empieza a prepararse para lo peor. Al entrar en la sala me encuentro a dos enfermeros de rodillas realizando las maniobras de reanimación cardiopulmonar sobre el cuerpo de Alamitu, que se haya tendido en el suelo. Han movido la cama para disponer de una superficie rígida adecuada.

El corazón de Alamitu latía muy despacio, como un reloj estropeado o atrasado, hasta que se ha detenido por completo. Después ha expirado un último suspiro de vida.

No puedo cerrar los ojos, no puedo cerrar el corazón, no puedo volver a ser el mismo ante una realidad que ha penetrado en mí.

Me gustaría poder quedarme y seguir trabajando como uno más al lado de las maravillosas personas que forman el hospital para que este lugar siga siendo una puerta de esperanza para los que menos recursos tienen. Sin embargo, no quiero que la decisión sea mía, no puede ser mía. Solo me quedaré si realmente es necesario, si el pueblo quiere que me quede, si me lo piden.

Es la última noche en Gambo. Me acerco al hospital siguiendo la rutina habitual. Voy a visitar a los ingresados, quiero desearles un buen descanso y comprobar si necesitan algo o puedo hacer alguna cosa por ellos.

Doctor Iñaki, no te vayas. Te tienes que quedar —me pide la madre de Ruziya, que todavía está por aquí.

Doctor Iñaki, quédate —repite la madre de la cama de al lado.

Doctor Iñaki, quédate —se levanta otra madre. Y otra y otra. A los pocos segundos todas las madres de la sala están de pie aplaudiéndome y cantando alabanzas.

Alertados por el alboroto que se ha organizado, se acercan las madres de las otras salas. Y, sin dudarlo, se unen a los cánticos. Parece una manifestación, toda una declaración de intenciones.

Con lágrimas en los ojos, levanto las manos al cielo y les doy las gracias con el corazón en la mano.

No me tenéis que agradecer nada. Tan solo he hecho mi trabajo lo mejor que he podido, poniendo todo el corazón. Vosotras me lo habéis puesto fácil y también el excelente equipo de enfermería y los auxiliares de este hospital —pronuncio estas palabras y aplaudo a los interpelados—: Esto aplausos son para vosotras.

Cuando salgo del hospital, me topo con un grupo de trabajadores que se acercan mientras preguntan:

—¿Quién correrá para reanimar al que acabe de llegar al mundo, como Michu? ¿Quién vigilará la alimentación de Ruziya? ¿Quién cargará a todas horas los cilindros de oxígeno? ¿Quién correrá para encender el generador cada vez que se vaya la luz? ¿Y quién hará lo mismo en cuanto regrese la electricidad para ahorrar cada segundo de combustible? ¿Quién defenderá la atención gratuita al parto? ¿Quién peleará para conseguir más cilindros de oxígenos? ¿Quién conseguirá multiplicar las camas y tener siempre un hueco? Doctor Iñaki, queremos que te quedes con nosotros. Gambo te necesita. Eres nuestro salvador. Eres la persona que puede mantener el hospital.

El hospital está en crisis. Necesitamos doctores y personas que trabajen con el corazón y den el máximo cada día. Tú eres una de ellas —me dicen.

Necesitamos personas que nos motiven para trabajar cada día, que nos descubran la belleza de nuestra profesión. Y tú lo has hecho —añade otro.

Una vez que les he puesto nombre propio a los niños que mueren de hambre, no puedo permanecer indiferente. He visto lo que he visto, lo he vivido, y no puedo cerrar los ojos. No puedo cerrar el corazón. Me invade un remolino de emociones. Las noches se alargan. Al cerrar los ojos no puedo dejar de pensar en Ruziya, Alima y los otros niños. ¿Cómo estarán? ¿Comerán? ¿Seguirán con vida? Entonces opto por levantarme, tomar un trozo de papel y empezar a escribir para vaciar mi alma, liberar los sentimientos que me ahogan.

Impotencia. Una de las peores afecciones del alma que se experimenta cuando ves morir a un niño que no debería perder la vida. Niños que en mi país vivirían. Duele sentir cómo la vida de los más pequeños se te escurre de las manos sin que puedas hacer nada para retenerla. Ruziya y Meskerem son dos gemelas que llegaron en brazos de su madre, con los ojos hundidos y la mirada seca. La madre tenía la falda mojada por las heces de sus dos hijos; heces tan líquidas que parecían orina. La causa apuntaba a un virus que hoy en día se puede evitar con una vacuna, aunque también podría deberse a la ingesta de agua contaminada de excrementos. En cualquier caso, las dos eran causas evitables.

A pesar del tratamiento de rehidratación, los gemelos llegaron tan deshidratados que murieron al poco de llegar. Impotencia.

Rabia. Otra emoción demasiado presente. Rabia por no disponer de recursos necesarios, por no poder atender a todos los niños que lo requieren. Rabia por ver a Misgana gravemente enferma y no poder ofrecerle lo necesario. Rabia por ver a niños desnutridos.

Alegría. Nunca olvidaré el día que llegaron, así como nunca olvidaré el día que se fueron a su casa. Es el rostro alegre de volver a vivir o, mejor dicho, de vivir por vez primera. La sonrisa de la madre de Mubarak al ver recuperado a su hijo. Se aferraba a la vida con una sonrisa.

Miedo. El miedo me afecta. Miedo a equivocarme, a perjudicar en algo, a hacer más mal que bien.

Humildad para aprender. Lo primero: reconocer que no sabemos. Me han dado y me siguen dando lecciones de humildad que son muy necesarias en el mundo. Me han enseñado a ser persona. Humildad para seguir aprendiendo cada día, para obligarme a ser hoy mejor que ayer, porque se lo merecen.

Felicidad no es tener, es dar. La felicidad no es ser; es hacer a los otros. Cuanto más tenemos, más nos cuesta dar. No hace falta tener para poder ofrecer. Todos podemos regalar una sonrisa, un abrazo, una mirada, una palabra. Cuando no tenemos, lo podemos entregar todo. He recibido mucho más de lo que he podido dar. Tenía demasiado para poder darlo todo. Ellos sí me lo han regalado todo.

Riqueza. Rico es aquel que puede dar. Somos muy pobres si no tenemos para dar. Somos lo que damos.

Hambre. Sí, todavía hay niños que mueren de hambre. Es inaceptable. Es omisión. Un niño que muere de hambre muere asesinado. Recuerdo las palabras de Mahatma Gandhi: «Todo lo que se come sin necesidad se roba al estómago de los pobres».

Vida. Vale lo que puedas pagar por ella. En otras palabras, escoger entre uno de tus hijos. La vida depende del dinero del que dispongas y a veces eso supone tener que dejar morir a un hijo para poder asumir la supervivencia de los otros.

Muerte. Habitante habitual de las familias. La muerte no es una vivencia extraña entre esta gente; es una convivencia pacífica a la que nunca te acostumbras. La muerte está presente; es una realidad. Una madre vive con la certeza de que tendrá que enterrar a alguno de sus hijos. Ha aceptado lo inaceptable. Los ojos de los pobres ven con otra luz.

La entrega que defendía la madre Teresa de Calcuta: «No os canséis de dar, pero no deis lo que os sobra. Dad hasta que os duela. Amen hasta que duela. Si duele, buena señal». Lo que somos es precisamente lo que damos y no lo que tenemos.

Puedes pasar de la alegría más maravillosa a la tristeza más profunda en cuestión de segundos. En un mismo día puedes reír a carcajadas y llorar sin consuelo. Es así. Lo que suceda nunca te dejará indiferente.

Me estoy descubriendo a mí mismo a través de los demás, pero sé que hay que ponerse en movimiento. Lo importante es conocer el destino, el fin. Pienso con la cabeza y tomo la dirección desde el corazón. Entonces pensaba que estaba desorientado y muy afectado emocionalmente; hoy sé que fue quizá uno de los momentos más lúcidos.

Demasiadas personas huyen cada día buscando un lugar de acogida, un lugar en el que poder vivir en paz y con dignidad. Siento que tengo que actuar, no solo conmoverme ante la injusticia. Siento que puedo hacerlo. El dolor ajeno ya no es ajeno, es propio. Es el dolor de un hermano como yo. La decisión está tomada.

 

Fecha de publicación: 13-06-2023
Autor/es: