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Padres y pediatras
al cuidado de la infancia y la adolescencia

“Cría cuervos y te sacarán los ojos”: el niño tirano

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Fecha de publicación: 10-11-2011

La frustración es un sentimiento indispensable en el desarrollo infantil: el niño necesita, desde que tiene más o menos un año, rutinas, reglas y límites claros sobre lo que puede y no puede hacer. Lo suyo, es que ponga constantemente a prueba a sus padres para ver hasta dónde puede llegar. Y los padres tienen que colocarle los límites.

Sin embargo, los cambios sociales (y de valores) junto con el aumento de las tensiones familiares y la desorientación de los padres en materia educativa, están facilitando la aparición de una nueva figura: los “pequeños tiranos”: Niños que imponen su propia ley en el hogar (sin tener criterio para ello), alterando los roles de autoridad. Esto se hace con el consentimiento, incapacidad o dejación de funciones de los adultos responsables.

Son niños desobedientes, desafiantes, mentirosos, que  acaparan la atención con su comportamiento indeseable. No aceptan la frustración, ni la norma. Por ello no es de extrañar que se conviertan en personas difíciles y poco felices. En ocasiones con el tiempo, pueden acabar delinquiendo.

¿Qué hay en la raíz de esta conducta?

Los especialistas coinciden: “la falta de criterio para educar y la poca autoridad de los padres”.

Ejercer de padre-madre no es fácil. Es habitual que los padres quieran a sus hijos y hagan lo posible para evitarles incomodidades o sufrimientos. Pero "educar" es sacar la mejor versión de uno mismo. Y eso requiere inculcar hábitos y virtudes sabiendo que no estamos solos y que otras personas tienen que convivir con nosotros. Requiere hábito, voluntad y esfuerzo. Pero merece la pena. Fernando Savater dice: "Para que una familia funcione, es imprescindible que alguien en ella se resigne a ser adulto y ejerza como tal”.

Muchos padres, pueden desconocer qué hacer o cómo colocar los límites a sus hijos o incluso sentir que la disciplina  puede dañarlos. Esto se ve más, cuando los niños han sido logrados tras mucho esfuerzo y espera: hijos únicos, adoptados, tras tratamiento de infertilidad, etc. Algunos progenitores entienden la disciplina como un sufrimiento evitable en lugar de una necesidad y un deber. Piensan que es mejor dejar al niño hacer lo que quiera sin contrariarle, creyendo (erróneamente) que por sí solo aprenderá a autorregularse. Y no es así.

El problema es que sin límites y disciplina (que no es maltrato, sino todo lo contrario), los niños acabarán sufriendo graves consecuencias ya que se amargarán la vida y la de los demás. Porque un niño tirano no nace, se hace y, además, no es feliz. Es decir: el niño crece creyendo que 'hacer lo que se le pone en gana' es lo normal y que todo se le debe. La falta de límites le impide superar la época egocéntrica infantil. Todo esto disminuye su capacidad de empatía, justicia, equidad y agradecimiento. Altera su capacidad afectiva y acaba repercutiendo para mal en su autoestima, en el manejo de sus emociones y en sus habilidades sociales.

La felicidad es como un globo: si tiene "pinchazos" vuela poco o se vacía. Los limites, la contención emocional y la disciplina son como compresores que meten el aire de la gratitud, el amor,  la generosidad y la empatía. Sin embargo, el egoísmo, el narcisismo patológico y la incapacidad de ponerse en la piel de los demás, son agujeros por donde el globo de la felicidad se arruga, dejándonos aislados y enfadados.

Cómo reconocer a un niño tirano

Es caprichoso e insaciable. Una vez conseguido lo que quiere vuelve a querer otra cosa. Es egocéntrico y egoísta. Siempre está exigiendo sus derechos (sin importarle los de los demás), sin conciencia de sus deberes. Tiene baja tolerancia a la frustración. Esto se evidencia en rabietas, insultos, amenazas o violencia, no esperables a su edad.

Suele carecer de habilidades para resolver problemas de forma constructiva y no sabe afrontar experiencias negativas. No ha aprendido cómo hacerlo de manera pro social. Piensan que son el centro del universo y los demás están para servirlos. Hace que los padres se sientan culpables mediante comparaciones con otros niños y quejas de no ser querido si no le dan lo que quiere (esto es más problema de los padres que del niño). Además, no desarrollan empatía (ser capaz de ponerse en el lugar del otro) ni a veces una adecuada moralidad. Por ello, pueden no sentir culpa o remordimiento por sus actos. Evidentemente tienen muchas papeletas para la infelicidad y el aislamiento social.

Estilos parentales que favorecen la aparición de un niño tirano

Padres muy protectores que impiden que su hijo aprenda haciéndose cargo de sus errores y por tanto que madure. Que claudican inmediatamente ante sus peticiones y caprichos ya que son incapaces de ver a su hijo “sufrir”. Que se adelantan a sus deseos y le consienten todo porque no soportan que tenga malestar. Que tienen diferencias de criterio entre ellos y miedo a ser firmes por una mala experiencia educativa personal . Que delegan en abuelos, servicio doméstico o profesores lo que les compete como padres. 

Cómo evitar caer en esto

Lo ideal es prevenir poniendo límites desde pequeños con amabilidad y firmeza. Como dice JL Marín: “Si lo limites no están puestos a los 18 meses, a los 18 años te los pone la policía”. La crianza debe hacerse siempre fomentando el cariño y respeto mutuos.

Durante los 6 primeros meses de vida hay que atender las necesidades de consuelo y alimento del bebé con premura y afecto. A partir de esta edad, el amor se actúa enseñándoles a comer y a dormir según un horario (normas) y a poder disfrutar un mínimo tiempo solo.

Al año de edad es aconsejable empezar a marcar algunas reglas para que las vaya interiorizando (hora de baño, hora de dormir, comida, prevención de accidentes, etc). También con la edad, hay que irles enseñando a controlar sus impulsos, demorar la gratificación y expresarse de forma respetuosa. El ejemplo aquí es la clave.

Para ello hay que establecer normas claras que regulen la convivencia familiar y explicárselas en función del desarrollo. No hay que sobreproteger ni ser negligente. Hay que otorgar responsabilidades y consecuencias adecuadas a la edad y capacidad, para poder aprender con la experiencia. Cuando experimentamos los resultados negativos de nuestros actos, aprendemos. Y aprovechar las experiencias, no como errores sino como aprendizaje, es básico. Siempre 'se aprende más en carne propia que en cabeza ajena'.

En todo esto, la coordinación entre los padres es fundamental, manteniendo una estructura familiar jerárquica, con los roles de adulto adecuados. Los niños lo necesitan. Aunque a los niños se les permita opinar, se les tenga en cuenta (según la edad) y se les quiera mucho, los que mandan son los padres. Y son los padres los que tienen el deber de educar a sus hijos con amor, firmeza, congruencia, coherencia, respeto y amabilidad. Los adultos estamos para enseñarles a vivir en sociedad y desarrollar su potencial. Para ello, hay que decirles con mucho afecto “si” y también “no”. Ambos ayudan a crecer.

También puedes ver y escuchar el contenido de este artículo en el siguiente VÍDEO, explicado por la propia autora.

Descárgate la presentación con los PUNTOS CLAVE: 

Fecha de publicación: 10-11-2011
Última fecha de actualización: 12-09-2016
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