Pilar Nieves García Romero (leyendo con nuestras hijas)

Biografía
Se me ocurrió estudiar Filología hispánica hace bastante tiempo en Cáceres y, casi desde entonces, me dedico a dar clase de Lengua castellana y Literatura a chicas y chicos de entre 12 a 18 años en un Instituto de Mérida (Badajoz). Me encanta la docencia.
Casi siempre se me ocurre un verso o una frase de autores conocidos o alguna figura literaria (metáfora, juego de palabras, ...) en medio de cualquier clase o conversación; lo reconozco, es una deformación profesional.
Disfruto leyendo, aunque corregir no es de lo que más me guste. Y conseguir “enviciar” a algunos de mis alumnos en la lectura me hace feliz.

Motivación
Me pide mi pediatra de cabecera una selección de diez libros para acercar la literatura a los más pequeños o a los adolescentes.
Reflexiono a menudo sobre cómo acercar la Literatura, yo que soy profesora de Lengua castellana y Literatura en un Instituto y que no sé cómo llevarlo a cabo en esas clases llenas de chicas y de chicos con intereses tan distintos.
Yo, como madre, solo tengo palabras de agradecimiento para todos mis amigos y amigas que criaron antes. De todos he aprendido. Y una idea fundamental era ver cómo mi hermano les leía a sus hijas.
Nosotros los hemos copiado y desde pequeñitas, desde que fuimos a buscar a nuestras dos hijas a China, les empezamos a leer y a hablar. A hablar no como si no comprendieran, sino como a personas inteligentes aunque pequeñas, como nos enseñaba una de sus maestras.
¿Os habéis dado cuenta cuántas veces se les habla a los pequeños como si no fueran seres inteligentes, como si tuvieran dificultad para comprender?
Al leer a mis hijas y con mis hijas, aprendí que el cuento más simple, el cuento con menos argumento, el más aparentemente insignificante, podía triunfar.
Tuvimos uno de plástico para el baño que era de obligada lectura diaria. Y todo consistía en cuatro frases como “Loló va a nadar” o “Loló va por el mar”. Después, durante mucho tiempo, fue usado como bandeja en los largos y cálidos baños que compartían las dos y sobre el que posaban rebosantes y apetecibles tacitas llenas de espuma.
Por las noches nos tumbábamos con ellas para leerles. A veces, no nos apetecía, pues llegábamos muy cansados. Cuántas veces las niñas despertaban a su papá para que terminase de leer el cuento que él dormía plácidamente sobre su regazo.
Y fundamental me parecía no obligarlas a leer. Fueron aprendiendo sin darse cuenta. Aún así, cuando ya sabían leer bien, tampoco las obligábamos nunca, seguíamos acompañándolas. A veces, leían ellas; otras veces, uno de nosotros y otras, nos turnábamos. Hasta que un día, sin saber cómo, desaparecimos de su cama y se quedaron a solas con su cuento.
Cama y sofá fueron nuestros espacios preferidos para la lectura.
Y ahora la selección, solo diez, únicamente diez títulos.